Los escritores contra la Comuna del profesor de literatura Paul
Lidsky (1941) se plantea como objetivo investigar la reacción de los
escritores franceses ante los hechos revolucionarios de la Comuna de París,
partiendo de la idea de que este es un momento privilegiado para poner
de manifiesto, sin velos ni tapujos, su posicionamiento ante el
conflicto que se desarrollaba por entonces en la sociedad francesa. Las
conclusiones, como veremos, no pueden ser más reveladoras, y evidencian
un papel de los intelectuales en la consolidación del orden social que
aporta claves para rastrear su influencia en otros muchos momentos
históricos. El libro acaba de aparecer en Dirección única (2016, trad.
de Aurelio García del Camino y los editores) tras sucesivas reediciones
(1999, 2010) de la primera versión francesa de 1970 y otra edición
castellana (Los enemigos de Thiers, 2011).
Antecedentes
La obra comienza analizando la reacción de los literatos más conocidos
durante la revolución de 1848, cuando excepto Gautier, casi todos:
Lamartine, Vigny, Sand, Hugo, Leconte de Lisle, e incluso Baudelaire, se
pusieron entusiastas al lado de unas masas populares que sin embargo
pronto decepcionaron sus expectativas. De todos ellos, sólo Hugo se
enfrenta valientemente poco después al golpe de estado de Luis Napoleón y
ha de partir al exilio, mientras el resto, escépticos y recluidos en su
torre de marfil, no pierden la oportunidad de congraciarse con el poder
en los años del II Imperio. Ya valetudinarios les sorprenderá el
estallido del París popular de 1871. Su pensamiento juvenil, que
estigmatizó a la burguesía y su culto al dinero, ha terminado asumiendo
por entonces que tal materialismo puede ser redimido por la alta cultura
que ellos mismos representan.
La masa popular apenas aparece
en la literatura de esos años, y cuando lo hace es remarcando su
brutalidad. En ella percibe el intelectual un peligro inminente: “Los bárbaros están entre nosotros”,
afirma Sue. La desigualdad social se defiende como algo natural y
necesario para que unos pocos puedan conquistar las exquisiteces del
arte que dan sentido a la vida. La cultura se convierte así en la
ideología que consolida la segregación: la belleza es superior a los
hombres.
Reacción personal y política
El
levantamiento del 18 de marzo que da comienzo a la sublevación es
percibido por los escritores conservadores como un motín de la canalla
al que renuncian a dar cualquier significado político. Es simplemente
una fatalidad monstruosa que se describe hablando de fieras o bandidos y
cuyo móvil sólo puede ser la envidia. Los que llegan a atisbar una
revuelta de la clase obrera no difieren en el juicio moral que les
merece. Entre los republicanos, muchos, y entre ellos Sand o Anatole
France, también la condenan, y sólo Mendès o Zola manifiestan alguna
comprensión al principio que se irá diluyendo.
Para dotar de
coherencia a sus argumentos, los talentos más preclaros de Francia se
empeñan ferozmente en presentar a los dirigentes de la Comuna como
envidiosos, arribistas e inmorales y al pueblo que les siguió como una
horda de ignorantes y alcohólicos. La masacre final de los communards
es contemplada con alivio, como vacuna que evitará futuras
convulsiones, y sólo Victor Hugo desde su exilio clamará contra ella.
Algunos como Flaubert proponen un remedio para atajar estas desgracias:
la abolición de la instrucción gratuita y obligatoria y del sufragio
universal.
Reacción literaria
Una primera
característica de la literatura sobre la Comuna es su exigüidad, que
según Lidsky puede deberse a lo difícil que es hallar heroísmo en la
represión salvaje que la aplastó. Entre los tipos que aparecen en ella,
uno esencial es el joven communard desclasado, sincero pero
desequilibrado e inestable, al que la instrucción hace ambicioso y que
ve una oportunidad de éxito personal en la Comuna; se adhiere a ella,
pero después deplora sus crímenes y errores. El obrero borracho y
agitador, retratado como cruel y cobarde, es otro tipo común, que se
ilustra con personajes de Zola y Daudet. Completan el cuadro el granuja
de oficio, feroz criminal, y la communarde histérica y
sanguinaria. Frente a estos monstruos, el soldado versallés se dibuja
como un contrapunto humano, y de esta forma, la lucha contra la Comuna
puede presentarse como la del bien contra el mal.
Entre los temas recurrentes están las descripciones de los altos
salones de gobierno trasmutados en antros de indecencia y depravación,
con lo que la revuelta resulta ser la simple liberación de los instintos
más bajos en una infecta orgía. Se profetiza el fin de la familia,
presentada como fuente de la auténtica felicidad, frente a la política,
que trae al obrero todos los males, y se remarca el papel disolvente de
la instrucción en las clases populares. La destrucción formal de la
argumentación communard se realiza poniéndola en labios de
personajes despreciables y también mostrando que los insurgentes más
razonables e inteligentes terminan reconociendo sus errores.
Los escritores ante la Comuna
La literatura se convierte aquí en un puñal filoso. A la terminología
creada en aquellos meses para el retrato despectivo de la insurrección:
“petrolera”, “vitriolera”, “communard”, “amnistiard”… se
une el uso continuo de vocablos que expresan fealdad y sordidez o
contienen un reproche moral, y todo esto, aderezado con analogías
zoológicas e históricas ultrajantes, logra dibujar una fisonomía
inapelable para los hechos de la Comuna. El análisis detallado que Paul
Lidsky realiza muestra en acción la ideología de clase esculpiendo el
idioma y cuajando en palabras el odio y la burla. El desprecio estalla
en una lengua de combate sin matices, que usa todos los medios para
forzar el juicio del lector.
Pasados veinte años, cuando nuevos
miedos empiezan a inquietar al burgués, esta literatura desaparece de la
historia. En este tiempo, los escritores más reconocidos de Francia,
con la eximia excepción de Victor Hugo, han quedado retratados como
estridentes perrillos falderos de la burguesía que los premia y agasaja.
El futuro ha de complicar el panorama, deslindando nuevos campos, pero
un repaso de las reacciones en la prensa conservadora a los sucesos de
mayo de 1968 evidencia que muchos de los viejos esquemas están listos
para ser reutilizados en cualquier momento.
La obra concluye con
postfacios a las ediciones de 1999 y 2010 que revisan la literatura más
reciente sobre la Comuna, aproximaciones abiertas y diversas que ponen
de manifiesto la sugestión creciente de unos hechos difamados y ocultos
vergonzosamente largo tiempo. La lucha de aquel mayo lejano se
interpreta así con una perspectiva más ajustada, y termina aportando una
pieza de pasado de un interés precioso para los que anhelan construir
un futuro diferente.
Un texto de Jesús Aller
Azpijoko ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes
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