La batalla del gobierno y sus patrones, los empresarios, ha sido dura,
pero finalmente lo están consiguiendo. En el curso de los últimos años
han estado forcejeando perseverantemente para lograr arrastrar hacia
abajo el listón salarial. Periódicamente, controlaban a través de
encuestas el nivel de oposición que los asalariados ofrecían a la hora
de aceptar la precarización laboral. Pero los resultados obtenidos en
estas encuestas no solo les permitían detectar esta resistencia, sino
también construir sofisticadas campañas publicitarias para persuadir a
los trabajadores de que en situaciones de crisis como la actual sería
inaceptable aspirar a salarios "decentes". "Mejor poco que nada",
fue el lema difundido a través de sus medios de comunicación. La
campaña no fue dirigida exclusivamente a los que ya habían perdido su
puesto de trabajo, sino también a aquellos otros a los que se amenazaba
con la posibilidad de perderlo. Había que implantar un nuevo y falso
"sentido común" en la mentalidad de la gente a través del cual el
asalariado pudiera llegar a convencerse de que la mejor forma de salvar
parte de lo conseguido era entregarse en cuerpo y alma a la voluntad de
su enemigo de clase.
Una "labor" concertada
La
verdad es que la patronal no ha hecho sola su trabajo. Además de con los
apoyos de sus representantes en el Ejecutivo gubernamental, los grandes
empresarios han contado con la contribución inestimable de los
intermediarios de las dos centrales sindicales amarillas, CCOO y UGT.
El papel que ambas han jugado en la quiebra de la resistencia de los
asalariados no ha sido irrelevante. En lugar de poner en pie de lucha a
los que lo iban a perder casi todo si renunciaban a defender lo suyo,
han llamado a los trabajadores a concertar acuerdos de recortes
salariales con los patrones, haciendo pender sobre ellos la amenaza de
los ERES.
Pero las razones que los dos "sindicatos"
han tenido a la hora de desempeñar su obsceno papel de defensa de los
intereses patronales no han sido únicamente las originadas por su largo proceso de degradación ideológica,
aunque éste haya tenido una notoria influencia. Tras la felonía
sindical de las dos grandes centrales ha estado también el lucrativo negocio de los ERE, sobre el que solo hemos empezado a conocer los aspectos más superficiales.
Vienen estas breves reflexiones a propósito de la última encuesta del CIS, que pone al descubierto la magnitud de los cambios que se han operado en el mapa salarial español. Según el estudio sociológico realizado por esta institución oficial, el 48% de los españoles -la mitad de los encuestados- están viviendo con unos ingresos inferiores a los 900 euros. El 14,1% cobra entre 601 y 900 euros al mes. El 12,7% tiene unos ingresos que se encuentran entre los 301 y los 600.
El éxito de la patronal y del gobierno en su disputa con los
trabajadores para lograr quebrar su resistencia a aceptar salarios
misérrimos, o su negativa a reducir aquellos que percibían, es evidente.
Difícilmente podía haber habido un resultado diferente con una clase
obrera desorganizada y sometida a la influencia de formaciones
sindicales que cada día se asemejan más a los sindicatos norteamericanos
de la década de los cincuenta que a organizaciones de clase.
¿Desaparición de las "clases medias"?
Hay otro aspecto del informe del CIS que
ofrece interesantes datos sobre los que reflexionar. Durante los
últimos decenios, los sociólogos del sistema han estado
perseverantemente empeñados en hacer desaparecer el peso de la clase
trabajadora. Estaban convencidos de que si lograban aplicar unos nuevos
criterios de clasificación social, en función de la cuantía de los
salarios percibidos, el mapa de la división de clases en las sociedades
modernas variaría sustancialmente, y la preponderancia numérica de los
trabajadores disminuiría.
Se trataba de una simple operación
cosmética: los asalariados mejor remunerados pasaban a engrosar las
filas de lo ellos denominan "clases medias". Hasta
entonces, se había entendido que las clases medias estaban constituidas
por pequeños comerciantes, pequeños empresarios o propietarios rurales
con posesiones limitadas.
Pero la "nueva estructuración"
artificiosa que se inventaron los ingenieros del sistema iba a provocar
efectos mágicos en el seno de no pocas sociedades occidentales. Entre
los asalariados mejor remunerados empezó a cundir la sensación de
pertenencia a una "nueva clase social" en ascenso, que tendía a imitar las formas, costumbres y valores de las élites realmente poderosas.
Sin embargo, la treta de los teóricos empeñados en ofrecer una cara más amable al sistema capitalista
era tan solo un espejismo que tenía las patas muy cortas, como ahora la
crisis ha terminado poner en evidencia. Y es que la clave para
pertenecer a una clase social u otra no reside, como estos sociólogos
pretenden, en la cuantía de las percepciones mensuales, sino en la
relación que los individuos tienen con la propiedad de los medios de producción.
Si a cambio del trabajo desempeñado recibes un salario, serás siempre
un asalariado de cuyos emolumentos el patrón se encargará de arrancar
las plusvalías que engordarán sus beneficios. Las ilusiones que no pocos
trabajadores asalariados sustentaron durante años -generalmente
administrativos, profesionales, técnicos...- de haber abandonado las
filas del proletariado no fueron suficientes para que estas se
convirtieran en realidad. La arrasadora fuerza del tsunami de la crisis
ha servido para poner a cada uno en su lugar de la pirámide social. Otra
cosa es que los sujetos afectados por semejante conmoción hayan sido
capaces de asumirlo.
El hecho de que en los últimos decenios se
produjeran unas condiciones muy específicas en el desarrollo del
capitalismo y en la correlación de fuerzas en el planeta capaces de
enmascarar aspectos de esa realidad, no implicó que ésta desapareciera.
La clave de la bóveda que mantiene en pie el edificio del capitalismo
reside en la apropiación de las plusvalías resultantes del proceso de
trabajo por parte de los propietarios de los medios de producción. Si
tal apropiación no se diera la existencia del sistema capitalista
carecería de sentido.
Lo que dicen los datos del CIS al respecto
Los datos que ofrece la encuesta del CIS constatan que el 49,4% de los hogares españoles viven con unos ingresos netos inferiores a 1.800 euros mensuales. Que un 15,2% de las familias ganan entre 1.201 y 1.800 euros al mes. Que las percepciones salariales del 14,2 % están comprendidas entre 901 y 1.200 euros. Las familias que ingresan más de 3.000 euros netos mensuales -en una media teórica de dos salarios de 1.500 euros- alcanzan tan solo el 4,8%.
Nos encontramos, pues, ante unos porcentajes reveladores que nos obligan a preguntarnos: ¿Dónde han quedado aquellas "clases medias" sobre las que los partidos de la socialdemocracia vergonzante y los sindicatos amarillos lanzaron sus reclamos de conciliación de las clases sociales?
Un artículo de Manuel Medina.
Azpijoko ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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